NOTA: la breve reseña inicial de esta entrada es estrictamente autobiográfica y no contiene ningún recurso literario o ficticio.
En 1976, con 11 añitos, los niños de mi colegio formábamos en filas y cantábamos el “Cara al Sol”, mientras saludábamos inmóviles con la mano derecha extendida. El Director del colegio, D. A., cuyo nombre completo omito por decoro, se paseaba entre nosotros con las manos juntas a la espalda. Cualquier distracción era premiada con una brutal bofetada que, en más de una ocasión, acabó con la víctima en el suelo. En ese patio se impartía “justicia universal”: los propios hijos de aquel delincuente recibían un trato idéntico al nuestro.
D. A. llevaba un llavero colgando del bolsillo del pantalón. Era plateado y tenía dos letras: una A y una P de diferentes tamaños. Algunos llegamos a averiguar que correspondían al logotipo de una formación política recién creada y llamada Alianza Popular.
Ese curso se incorporó al colegio una joven profesora de Inglés. La Srta. S. vestía pantalones negros de campana, portaba una guitarra y, curiosamente, también tenía un llavero colgando de una de las trabillas del pantalón. Las letras que ahora nos intrigaban eran una P, una S y una P. Pronto aprendimos que eran las siglas del Partido Socialista Popular, formación liderada por el Profesor Tierno Galván.
La Srta. S. era diferente al resto de profesores. Nos sonreía con amabilidad, incluso cariño, y cantaba canciones en Inglés en algunas de sus clases. La última vez que la vi estaba en un pasillo frente a D. A. con los ojos llorosos. Recuerdo el odio que experimenté aquel día y la sensación de vacío que me produjo el despido de la Srta. S.
Pasaron muchos años antes de que fuese capaz de arrancar el rencor que, como herrumbre, se había pegado a aquellas letras, para llegar a comprender que ese partido político, junto con muchos otros, había sido coparticipe de la transición a la democracia; perfecta, si la devolución de la dignidad a las víctimas del franquismo se hubiera realizado en tiempo y forma.
Ayer, al ver las imágenes del Sr. Jorge Fernández Díaz sentí un desasosiego que es ahora el motor para la redacción de esta entrada. La memoria es amiga traicionera y asocia a su voluntad los recuerdos. Quizás por ello no vean la relación entre mi infancia y la imagen de nuestro virtuoso Ministro, o piensen que ahora sí me estoy permitiendo todo tipo de licencias. Tienen mi palabra de que no es así y espero que lo comprendan en pocas líneas.
A principios de los 80 ya había perdido el temor que se había instalado en mí durante la etapa escolar. Los Sres. vestidos de gris ya no me aterrorizaban como lo hicieron el día que aporrearon la cara de un compañero de Instituto por manifestarse reclamando la puesta en marcha de la calefacción en las aulas. Esos mismos Sres. cambiaron de color y se volvieron marrones, como los árboles. Empecé así a respetarlos y sentir que me respetaban. A finales de los 90, cuando recibí el regalo de la paternidad, agradecí su presencia sutil; me sentía más cómodo y seguro si alguno de ellos estaba cerca, máxime cuando aparecieron en los coches y parejas policiales Sras., madres como mi propia esposa.
D. Jorge, con su vileza, pudrió la madera de mis árboles y hoy los vuelvo a ver grises, en esta ocasión de un gris más ignominioso que el de los años 70, pues la putrefacción se ha gestado desde y dentro de la democracia.
Ayer perdí el derecho a invadir las calles. A colorearlas, sin previo aviso, de manos albinas como el día que Gregorio Ordóñez fue vilmente asesinado, o a desfilar pacíficamente entre Daoiz y Velarde como hice cuando vivía en Madrid.
Nuestro Gobierno, el mismo que cuando un juicio le va mal cambia de juez en vez de abogado, convirtió en ley lo que el derecho comunitario, y un mínimo de humanidad, prohíben. Por todo ello hoy me parezco un poco a aquel niño del 75, pero conservo intacta la palabra, la que entonces era reprimida con violencia.
Quizás sea tan insensato como Sócrates porque pienso que toda ley aprobada en una democracia ha de ser cumplida. Por eso no los voy a incitar a la insumisión. Únicamente los invito a que usen sus voces, con seguridad mejores que la mía, y lo hagan por esta vía o por todas aquellas que este espacio les permite. Háganse oír alto pero con respeto; no olviden esta última palabra.
Los repugnantes delincuentes encapuchados que revientan manifestaciones pacíficas, o los descerebrados que deslumbran a los pilotos de los aviones son su excusa, por favor, no les den ninguna más. Invadan todos los medios de comunicación a su alcance con emails, tweets, cartas convencionales o lo que consideren oportuno. Apliquen, pues, la regla de mi amigo el filósofo suicida: digan lo que sienten, sientan lo que digan y hagan que sus palabras sean coherentes con los hechos.
No quiero finalizar esta entrada, aunque soy agnóstico, sin felicitarle la Navidad al Sr. Fernández, ya que me constan sus fuertes convicciones cristianas. Junto con mis mejores deseos, sólo quería advertirle que, en previsión de que pudiera tener lugar un segundo advenimiento, haga llegar una circular a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado para los días 24 y 25. Tenga en cuenta Sr. Ministro que si Jesucristo nos visita de nuevo no traerá DNI, la devolución en caliente se me antoja, aparte de compleja, bastante cara y, conociendo la trayectoria histórica de este buen hombre, no dudo que esté por la labor de hacerle a Vd. un buen escrache. Así pues, ándese con cuidado no vaya a meter accidentalmente al hijo de Dios en la trena.
Comentarios recientes